Páginas

miércoles, 24 de julio de 2019

La oración

Cincuenta menos quince. Digamos treinta y cinco años atrás. El primer amor adolescente de mi vida me condujo por un corto camino de descubrimiento que marcó el resto de mis años. Durante aquellos días de mi juventud noble pedí a Dios que me consediera algo irrazonable. Algo que nadie desearía para sí. Si lo hice. Aquel día pedí a Dios conocer el sentido del sufrimiento. Hoy tantos años después, me veo obligado a escribir esta historia verdadera. Obligado, porque dar la idea de martirio no es algo que no yo no la humanidad actual apreciamos. En fin. Aunque yo crea en Dios. No es obligación de nadie hacerlo. Pero si yo creo en él. Me he confrontado con él. Le he negado. Le he abandonado. Le he ofendido y me he arrepentido. Esa es la principal certeza de una certeza personal que nunca jamás, nada ni nadie podrá arrebatarme. Pero bueno, este es el inicio de una historia de éxito, dolor y fracaso que aunque tiene mucho que ver conmigo, tiene mucho más que ver con lo que Dios anhela para sus hijos. No ustedes que pueden interesarse en leer estas palabras. Sino esos "hijos pródigos" esas almas marginadas y olvidadas que permanecen al margen de una sociedad que los olvida y sesga. Por eso en esta noche de Dios escribo estos primeros párrafos sobre un relato de vida que pretende hayar verdadera bondad en la conciencia de quienes son incapaces de observar ciertas realidades y circunstancias de vida. Es necesario hablar, gritar, revelarse... Ni un solo ser humano es indigno de la vida con Dios!