Hace un par de días una pareja de muchachos que estaba a mi lado discutía sobre un tema interesante. Supuse que eran pareja y colegas. Es decir por lo que pude interpretar de su conversación amena y honesta. Sin embargo algo me llamó la atención de su conversación. Cuando se refirieron a uno de sus profesores, de quién, de su criterio no estaban de acuerdo. Decían: en realidad el es muy viejo. Interpreté: Cadúco, extinto, expirado. Decían: “ellos consideraban las formas como la esencia de la danza, pero la danza es un lenguaje”. Entendí que la percepción personal de su actualidad, modernidad, juventud. Parecía calificarlos para proclamar que los paradigmas del pasado ya no correspondían a un presente que había dejado atrás conceptos arcaicos. Recordé en el como el arte, tal vez tuvo sus orígenes ancestrales en líneas imprecisas, cuyo espíritu estaba cargado más de un concepto divino y menos de una visión realista. Alguien me dijo una vez: “No solo lo que usted hace es bonito” su expresión era egoísta, tal vez debido a su juventud. Pero yo lo acepté como un alago. Porque sus obras estaban décadas por detrás de las mías. Los artistas, creadores y soñadores: nacen! No se hacen. Lo que estos muchachos en su diálogo no comprendían, era que toda impresión artística del mundo tiene un fundamento inaprendido. Tanto el paradigma del profesor al que criticaban como el de ellos mismos suponía una limitación que sólo unos pocos son capaces de sobrepasar. Las simples letras del abecedario se originaron como la simple representación de un objeto material. Después de miles de años en la mente humana se convirtieron en isotipos, impresiones intrínsecas al pensamiento, al sistema escencial de la razón. Por lo tanto la experiencia por anticuada que sea debe ser valorada, incluso más que todos los logros humanos del presente. Y en efecto: hay creaciones inigualables que no pueden ser superadas. A veces me preguntan: porqué ese diseño o ese forma así. Simplemente, no hay otra forma de representarlo.
La edad importa, aunque haya mentes jóvenes y geniales que me permito admirar. Son geniales, únicas, pero aunque están llenas de orgullo también están llenas de humildad. Las puedo contar con dos dedos de mi mano derecha. Al resto, les cuento con los dedos de mis manos y mis pies y me haría falta la eternidad para terminar mi conteo.