Desde el
reencuentro
¡En la oscuridad, contradicción
y ausencia de estrellas!
¡En el brillo del sol al medio
día: plenitud del día!
En la humedad verde y madera del
bosque salvaje y sombrío: ¡tierra!
¡En la tibieza de la pradera
tibia!
¡En la planicie de esa arena fresca, agradable, sencilla, rosando las
plantas los pies desnudos:
Alma salada de una playa extraña: costa de un
río de aguas transparentes nacidas de una montaña
azul, inexplorada, cause
tranquilo construido de simples gotas nacidas de las nubes precipitadas del
cielo a la tierra.
En el frescor congelado de una tarde: gris invierno. Cuando en los
pastizales verdes levitan pasajeras miles de perlas transparentes, únicas
invaluables: ¡sin precio!, recuerdos de la lluvia.
En el recuerdo atravieso esos
caminos de roca, de confianza, de fe, de humildad.
La percepción que la fuerza del
bien conduce y es destino del mundo. La perfección de un sentimiento.
¡Ah! Mitad de mí estuviste en
cada una de esas ideas incomprensibles que desde siempre invadieron la levedad
de mi mente imperfecta…
Ahora al percibirte en el aire
cercano que nos consume: tras los días…
Quiero imaginar que de esos
bosques, humedades, tardes pérdidas, ríos y caminos recorridos al fin te
encontrado: ¡de nuevo!
Pero te encuentro y no me
reconoces, parece que no puedes ver mi verdadero rostro.
¡Yo he recorrido el desierto!
Sembrado de espinas y de
piedras afiladas.
Yo he penetrado el bosque
desconocido y oscuro de la noche.
Yo he atravesado ese hilo
delgado que separa el bien del mal.
Y ni la sed que ha evaporado
mis células,
Ni el hambre que ha incitado
las fieras hambrientas de mi carne han podido someter la pureza de mi alma. ¡Nunca!
A ti: amor mío, te he buscado
desde siempre: Aún antes de conocer el primer haz de luz de la estrella sol que
ha iluminado los días de mi vida, durante años.
¡Te encontré finalmente. Lo sé Y quisiera pensar que lo
sabes!
¡Quiero pensar y siento que al
sentir tu cercanía he alcanzado por fin la costa que conduce a mi puerto!
Pero no me reconoces, no me
recuerdas.
Me duele tanto, mi alma. Mi
cielo sublime.
Haberte encontrado finalmente,
yaciendo con tu alma partida por la ingratitud del engaño.
¡Me duele tanto!
Tú me encontraste a mí. Así, mi
amor: consumido, siendo menos que un recuerdo de lo que debí ser
ara
engrandecerte para sublimarte para aliviar el dolor agudo de tu inmensidad
partida en pedazos.
Así por miles y miles de años
te he buscado…
Recorriendo la telaraña que es
éste universo extraño.
Casi puedo alcanzarte.
Casi puedo tocarte.
Te he abrasado como yo quisiera
tantas veces.
Y tantas veces cuando he
querido abrasarte solo percibo esa misma sensación del que muere de sed y toma
un sorbo de agua en sus manos. El agua se filtra y el trago de vida se escurre:
Se va…
¡Quisiera que me reconocieras,
que me recordaras, pero tu mente te lo impide!
¡La limitación de las ideas y
pensamientos humanos impide ver tantas cosas!
El espíritu es superior a las
ideas del pensamiento.
Cada palabra que te haya
escrito o pensado sobre tu inmensidad es insuficiente.
Las ideas del espíritu, los
sentimientos del alma, son significados que ningún concepto humano es capaz de
describir mediante una sola palabra.
Te veo desde lejos…
Casi ausente y melancólico.
Desde mis mundos
indescriptibles…
Desde la esencia de mi más
preciada pertenencia: ¡Mi alma!
He llegado finalmente a mi puerto, pero
aún no es tiempo del re encuentro, te esperaré:
¡No lo sé!, es decir no sé si mi barco sea devorado por la sal, las tormentas y las olas mientras sueñe tu regreso.