Scorpionis magnificum |
Nunca vi un escorpión antes. Vivo en la ciudad, hay vehículos, chillidos, asaltantes, vagabundos y asesinos. Entonces recuerdo cuando era solo un niño y podía transitar por esas calles sin tener que presentir a mis espaldas el peligro inminente, el agobiante estrés que causa el bullicio, la mendicidad de la gente retozando en los reflejos falsos de sus trajes,zapatos y teléfonos de última moda. Decía un anuncio televisivo que el pobre puede tener lo que el rico en módicas cuotas semanales. Que el pobre puede manipular mejor que el rico la tecnología que para el rico es quizá natural. La economía satura de deseos falsos a los más desfavorecidos, a las clases medias, que ahora parecieran ser solo un esbozo de aquello que una vez fueron. La sociedad citadina es como un escorpión, la cola pendiendo elevada y peligrosa, el aguijón casi rozando el lomo, casi como queriendo inyectarse su propio veneno.
Aquí en mi retiro, habitando en este palomar amarillo, estupefacto descubrí al primer escorpión de mi vida era negro como la noche más ceniza, descansaba tranquilo al lado de mi pie desnudo, sobre el piso de ciprés siempre brillante y cálido. Pocos terrores he sentido en mi vida, tan grandes y paralizantes. Mi corazón se agitó y la taquicardia me acompañó hasta muy entrada la noche. Estaba desesperado y desconsolado de mi mismo, me preguntaba en como una criatura quizá de la milésima parte de mi masa podía aterrorizarme a tal punto. Los días se sucedieron y debí dedicar vastos lapsos de mi tiempo nocturno a escudriñar cada esquina y cada espacio oculto. Recordé aquella novela de Patrick Suskind que relata la historia de un gendarme que un día cualquiera descubrió como en una oleada inesperada el terror más grande de su vida. Una paloma se posó delante de él mientras se mantenía en su puesto de vigilancia, sudó a raudales hasta que finalmente se quebró completamente y no pudo más.
Es dificil de creer que una insignificancia pueda ser capaz de transformar el mundo entero de una vida, los planes, la paz, el regocijo. Aun pienso en aquel pobre escorpión negro, el spray debió haber acabado con él, pero no estoy seguro aún después de casi dos semanas desde el terrible suceso. Hace un par de días descubrí otro y este no corrió mejor suerte. Pero entonces al detenerme a meditar sobre los logros de mi aún incipiente paso por estas sierras, viene el primer escorpión de mi vida, como una gigantesca sombra negra, cerniéndose sobre mi existencia. Quizá el vampiro que tocó a mi puerta en la casa de mis pesadillas no fue capaz de causar tan horrible sentido de impotencia e inquietud. Al meditar me detuve en medio de un hueco de tranquilidad, después de la paranoia y pensé: acaso habrá de vencerme el escorpión y entonces me dije: Sí; pero entonces recordé la ciudad y sus cualidades, su vacío, su bajeza, su liviandad, su inhumanidad, su banalidad, sus escorpiones invisibles y aún más oscuros. Y entonces viviendo en el palomar amarillo, enclavado en esta loma de bromelias y árboles esbeltos, bichos, murmullos, viento, hadas, duendes y gente no menos mágica y no menos compleja: supe que cuando las bellezas y las magnitudes son más elevadas, los monstruos y las luces oscuras de la imaginación lo son también.
Quizá ahora no pueda abrazar a mi alacrán azabache ni acariciarlo como a una apreciada mascota, pero trataré de pensar menos en su primer imagen y en aquellas que indudablemente me acompañaran en el futuro, y pensaré mejor en todo lo grandioso que estos parajes me prodigan, y en todo lo bueno que estos bosques han hecho para domar un poco más esta naturaleza mía de salvaje civilizado.
En la humildad de este gran escorpión verde me consumo cada amanecer, día, tarde y anochecer en un estado de enamoramiento hondo y definitivamente divino, mientras el camino entero de mi vida se colma de milagros insospechados e inesperados. Ya me duelen menos o poco las heridas de la existencia y como movido por el impetuoso e imperceptible golpe de un milagro mi ser vive sumergido en serenidad y en paz, y un escorpión negro grabado en mi memoria.